El Orgullo Herido: Entre el Avance Normativo y la Violencia que Persiste

El Orgullo Herido: Entre el Avance Normativo y la Violencia que Persiste

La comunidad LGBTIQ+ en Colombia enfrenta una dura realidad. Mientras las calles se llenan de colores cada junio en las principales capitales del país por el mes de orgullo, los informes de la Defensoría del Pueblo dibujan un país donde ser diverso sigue siendo un acto de resistencia. Entre enero y mayo de 2024, 286 casos de violencia – 55% psicológica, 27% física – mostrando a una sociedad que avanza en el papel pero la castiga en la realidad. Sara Millerey González Borja, mujer trans asesinada brutalmente en Bello, ya no verá otro junio. Su muerte, y el desprecio institucional en la Alcaldía de Bello, Antioquia que la nombró en masculino hasta en el comunicado de su asesinato, nos recuerdan lo lejos que estamos del ODS 10: «Reducción de las desigualdades».

Hay algo profundamente triste en cómo Colombia ha aprendido a convivir con esta contradicción. Por un lado, sentencias históricas y una política pública LGBTIQ+ que duerme en algún escritorio del ministerial. Por otro, cifras regionales que escalan (5.5% más homicidios en Latinoamérica en 2023) y funcionarios que aún no entienden que el primer acto de reparación es nombrar correctamente a las víctimas.

El ODS 10 prometía «garantizar la igualdad de oportunidades y reducir las desigualdades», pero ¿qué significa igualdad cuando cada 36 horas una persona LGBTIQ+ sufre violencia psicológica en Colombia? Cuando las estadísticas muestran que la crueldad se sofistica (ya no solo golpes, sino humillaciones institucionales, negación de servicios de salud, despidos encubiertos), queda claro que las metas del 2030 se nos escapan como arena entre los dedos.

Recordamos nostágicamente 2011, cuando la Corte Constitucional reconoció los derechos patrimoniales de las parejas del mismo sexo. Parecía el inicio de algo grande. Hoy, catorce años después, esa esperanza choca contra la pared de los 480  casos de violencia por prejuicio como promedio anual. Hay un duelo no resuelto aquí: el de un país que avanza con una mano y agrede con la otra. La Defensoría lo dice claro: los avances jurisprudenciales son islas en un mar de indiferencia social.

Este junio, cuando el arcoíris decore los edificios públicos, valdría la pena preguntarnos qué hay detrás del glitter. Sara merecía más que un comunicado que negaba su identidad. Colombia merece más que cifras que se acumulan cada año como actas de un fracaso colectivo. El ODS 10 se cumplirá cuando entendamos como sociedad que la verdadera diversidad duele: exige que revisemos nuestros prejuicios, que desafiemos al familiar que hace «chistes» homofóbicos y que exijamos a ese funcionario que lea correctamente los nombres de las víctimas.